sábado, abril 29, 2006

Quizás no hay en el mundo más singular y extraordinario paisaje

Después de una jornada muy fatigosa de unas cincuenta millas, llegamos a la caída de la tarde a la posta de Hornillos, donde tuve la fortuna de encontrar media oveja de la montaña acabada de asar, y que fue rápidamente devorada por mí, José y el postillón, con esa exquisita salsa, que es tan proverbialmente excelente que no necesita alabanzas ni comentarios para distinguirla.
El valle, este día, fue todavía más angosto, y las montañas más altas y desnudas que antes. Quizás no hay en el mundo más singular y extraordinario paisaje que el que atravesé este día. Uno de los lugares donde cambié caballos se llama el Volcán, y parecía por cierto como encerrado en un inmenso volcán, por el fondo del cual pasaba el camino, y en sus serpenteantes vueltas y revueltas por el valle no aparecía ninguna abertura ni hacia adelante ni hacia atrás: todo alrededor era una maravilla rocosa de la más fantástica forma, colgando a veces amenazadora sobre nuestras cabezas, irguiéndose otras en escarpadas torres hacia las nubes, grandiosa, temible y sublime; presentando el conjunto evidentes señales de alguna espantosa convulsión de la naturaleza, fuera violenta acción volcánica o una irresistible inundación de aguas que había arrasado la faz de la tierra en tiempos remotos, tal vez en la formación del mundo, o cuando el diluvio universal. (...)
Después de andar cuarenta millas paré en el pueblo de Humahuaca, que comienza a restablecerse de los desastres de la guerra, habiendo sido por completo destruido por los españoles durante la revolución.
Un pedazo de delicioso carnero montañés, asado en las cenizas, y un ave cocinada de igual manera, con algunas patatas muy pequeñas pero muy buenas, fueron servidos por el ama de casa de postas en una honda fuente de plata; no aparecieron, sin embargo, ni cuchillos ni tenedores, y sólo una cuchara de madera. Esta comida, que bastaba para un hombre hambriento, costó tres reales (un chelín y seis peniques); mis alforjas proporcionaron el pan.
El jefe de la posta de Humahuaca había sido el jefe de una partida de guerrillas en la revolución, y como tal, toda su propiedad fue destruida por los españoles. Le encontré muy dispuesto a complacer; por cierto, me parece que la falta de comodidades en todo el país procede de la falta de medios y de la ignorancia del bienestar, y no por falta de voluntad por parte de los habitantes.

Edmund Temple
Córdoba, Tucumán, Salta y Jujuy en 1826
Ediciones del Rectorado UNT
San Miguel de Tucumán
2003