sábado, mayo 27, 2006

Era a principios de junio cuando llegó

Ayer me han contado el siguiente episodio:
Hace muchos años llegó un cura al pueblo, después de un largo tiempo en que la parroquia permaneció vacante. No bien llegado, el cura se encerró solo en la casa y sólo se presentaba ante los feligreses durante las misas. El resto del tiempo no se dejaba ver por nadie; se preparaba la comida con los alimentos que la gente le llevaba y que él había ordenado dejar sin aviso ninguno en el zaguán, siempre oscuro, de la casa parroquial. Era a principios de junio cuando llegó y a los pocos días prohibió las fogatas; lo anunció en la misa de vísperas bajo apercibimiento de terribles penitencias. Era una tarde gris, fría y ventosa y a duras penas comenzó a encenderse una pira de raíces y maderos secos en el prado trasero de la iglesia, cuando él la descubrió. Entonces salió corriendo a perseguir a los niños, vociferando palabras en latín. Los niños huyeron a ocultarse entre las ruinas de una casa y desde allí vieron cómo el cura sofocaba el fuego desparramando a patadas los maderos hasta apagar las últimas ascuas. Al día siguiente, al ver a algunos de los promesantes ataviados con plumas ceremoniales para el culto se negó a decir misa; también prohibió la música. Los hombres emplumados, los tocadores de sicuris, y aquellos que llevaban sus tobillos acollarados por cencerros y caramillos tuvieron que abandonar, silenciosos, y asombrados las proximidades del templo; pero enseguida y detrás de ellos se fueron los demás, la iglesia quedó vacía y el cura solo. Al anochecer, cuando las calles del pueblo estaban desiertas y la música en algunas de las casas apenas iluminadas por faroles de luz amarillenta se oía como un eco lejano y sofocado, el cura desde su ventana comenzó a dar voces y gritos amenazantes, maldiciéndolos. Las mulas, en yuntas, encerradas en el corral de la parroquia, espantadas, pretendieron huir atropellando el cerco y los perros vagabundos que merodeaban en busca de comida ladraron frenéticos y temerosos por primera vez en muchos años. Después todo quedó en silencio.
Al día siguiente algunos vecinos madrugadores, al pasar frente a la iglesia la encontraron abierta. Con mucha cautela fueron descubriendo lo que faltaba: imágenes, telas, reclinatorios. Tampoco estaba el cura, ni el carro, ni las mulas. Subieron al campanario para dar aviso, pero faltaba la campana. Entonces, los más decididos salieron en su persecusión, dándole alcance a menos de una legua. Obligaron al cura a apearse del carro, le quitaron la ropa y lo dejaron desnudo y solo en el páramo, regresando ellos con el carro, las mulas y el tesoro.
Cuando el obispo, al cabo de un tiempo, ordenó una investigación de los hechos, nadie supo nada.

La casa y el viento
Héctor Tizón

1 Comments:

Blogger Unknown said...

muy buen relato...como todo a lo que nos tenés acostumbrados.

12:58 a.m.  

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